Ese señor
con cara de zampabollos, de personaje de viñeta cómica de Anacleto, agente secreto, o del
Botones Sacarino, es el Secretario General de UGT de Cataluña: UGT.Cat. El mismo que manifiesta su
apoyo incondicional al proyecto separatista del presidente de la Generalidad,
dos veces patán, firmando el así llamado Pacte
Nacional pel Dret a Decidir (¿qué?). La patria de Álvarez ya no es el
mundo, ni la antigua Unión Soviética, la
gloriosa patria de los trabajadores, ni siquiera es Asturias, patria querida (pues nació en dicho
principado). Su patria es Cataluña, la Cataluña oficial, la Cataluña de 8TV y
TV3. Álvarez se declara indepe, esto es, separatista. Es uno de
esos nacionalistas de nuevo cuño, como salido del colectivo Súmate que en sus filas acoge a todos
los fámulos vocacionales al servicio de la causa, reclutados en las barriadas
periféricas del cinturón metropolitano. Uno de esos domésticos que aprendieron
el catalán a una edad y a duras penas lo farfollan en sus patánicas declaraciones.
Será porque, como dice el refrán, pagant,
sant Pere canta, o chamulla, si
es menester, la lengua de Pompeu Fabra.
Las
subvenciones obran milagros, cierto, pero atribuir siempre la obediencia del
personaje al salario (aunque éste gaste pinta de monigote figurante en una
aventura de Carpanta), menoscaba su
autonomía, su libre albedrío. Es verdad que el palanganero que en el lupanar
limpia manchurrones y salpicaduras de clientes desconocidos, lo hace por una
retribución, pero también los hay que aman su trabajo, que van más allá de lo
exigible y le ponen al empeño un brío, un celo admirables.
No era
necesario mojarse tanto. Bastaba con un sí, pero no, con flirtear solicitando
subidas salariales vinculadas a un hipotético IPC catalán, con inscribir las
siglas del sindicato en la banderita local para que se vea que en Cataluña los
pendones de los sindicatos (entiéndase, las
ondeantes banderas) son los mismos que los de la patronal… esa transversalidad tan nuestra, pero
desconocida en el resto del mundo. La sustitución de la lucha de clases por la
cohesión, no social, sino nacional, que pregonaban los nazis. No hacía falta tanto servilismo, pues las
subvenciones no peligran aunque sólo sea por aquello de la paz institucional, y
por hacerse rogar, como las señoritas decentes ante los requiebros galantes.
Acaso el
taconazo de Álvarez, en tiempo de saludo, ar,
rindiendo a sus afiliados ante ese segmento insolidario de la burguesía
catalanista que representa Mas, obedece a un afán por alejarse de sus
excompañeros de Andalucía, esos hombres
desestructurados que decía Jordi Pujol… desestructurados, corruptos y, para
Álvarez, extranjeros. Y por eso pone
tierra y fronteras de por medio, no sea que una suerte de juez Alaya, con su trolley a cuestas, vaya empapelando al
personal de cortijo en cortijo y un día llame a su puerta.
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