Ribó es el prototipo atildado de tonto útil al servicio del régimen (categoría acuñada por Willi
Münzenberg, el agente más activo del estalinismo entre la intelectualidad
europea de los años 30 del pasado siglo)
Cada día es más complicado decidirse por un patán al que dedicar unas
líneas. Los patanes aborígenes forman legión y la competencia es cerrada. El
virus ATCV-1, presente en las algas verdes, y de efecto atontolinante, ha
encontrado por estas latitudes un terreno abonado para su transmisión masiva.
Aunque los rivales son numerosos, a Rafael Ribó, el llamado Síndic de Greuges (el síndico de los
agravios), le adornan virtudes sin cuento para alzarse con esta honorífica
mención que premia una larga trayectoria de obediencia lacayuna al nacionalismo
desde su militancia en la izquierda localista, cómplice y amaestrada.
Exquisito en sus maneras, Ribó es el prototipo atildado de tonto útil al servicio del régimen (categoría
acuñada por Willi Münzenberg, el agente más activo del estalinismo entre la
intelectualidad europea de los años 30 del pasado siglo). Durante muchos años
fue la cabeza visible, ligeramente inclinada, sin duda por el peso de sus
sesudas cavilaciones, de los llamados ecosocialistas,
generoso vivero de patanes de toda condición… como la inolvidable pareja
compuesta por Joan Saura, quien limpiaba
las caquitas de su gatito mientras protegía a los okupas desde la consejería de Interior del gobierno tripartito, e Inma Mayol, clienta vip de las boutiques de moda del Paseo de Gracia… las mismas que
destrozaban los okupas en sus manis, o
Raül (con diéresis) Romeva, nuestro admirado europatán, o el soporífero Joan Herrera, que pasó en unas horas de
confesar que no votaría por falta de garantías en ese 9N verbenero, a hacerlo
para castigar a Rajoy… y, en passant, besar ancilarmente el trasero
de Artur Mas: a sus órdenes, ale-hop…
Rafael Ribó, cuando dirigía el partido que hoy llamaríamos del SÍ, pero NO (la opción más tonta de
todas, junto al NO, pero Sí, que
también tuvo sus votos), ya sabía de las corruptelas de Pujol y su progenie, o
eso dijo hace unas semanas nuestro síndico-patán.
Parece que esa arcana sabiduría la compartía con otros preclaros ingenios, como
Carod Rovira, que así lo ha afirmado en unas recientes declaraciones. Uno y
otro callaron en su día y hablan hoy. Curiosamente, desde el espectro
ideológico en donde habitan, se dice que la trama del clan Pujol, que al fin se
cuela en los titulares de prensa, es un bulo, una torticera maniobra de los
malvados mesetarios para torpedear el llamado proceso soberanista. Su argumento
es chocante. Cuando, en apariencia, no había
ningún proceso que torpedear, y
conociendo de esos infames manejos, callaron ambos como putas.
El señor Ribó no acudió entonces a denunciar los hechos y a los agraviados de hoy a los que dice
defender, según el pomposo cargo que ocupa, les escamoteó una información
política y socialmente relevante. Quizá no se trate de complicidad en sentido
estricto, y en sentido penal, pero sí de connivencia moral en la corrupción. El síndico,
antes de serlo, agravió a los
ciudadanos con su silencio de doméstico. Quizá sea esa afición por la
servidumbre la cualidad que le valió el nombramiento. El síndico-patán Ribó, él mismo lo ha insinuado, ha ejercido de
voluntarioso palanganero en el lupanar
de la corrupción nacionalista, con la debida discreción que tal oficio demanda.