A los
falsos profetas les sucede a menudo: los
dioses les hablan en sueños. Es lo que tiene el mesianismo. Ese era, in illo tempore, el mecanismo habitual
de comunicación entre deidades y mortales, cuando las modernas
telecomunicaciones eran, precisamente, un sueño. Los profetas actuales,
encuadrados en el gremio de charlatanes y telepredicadores, podrían incorporar
a su bagaje nuevas herramientas como el teléfono celular o el twitter, pero los hay que prefieren aún
la bola de cristal adivinatoria o el brumoso onirismo.
Artur Mas
obedece a ese patrón tradicional, pues dice (véase la crónica titulada Onirismo patriótico) que la
pérfida España quiere acabar con el sueño colectivo de todo un pueblo. Erre
que erre con los sueños. Mas ha elegido la senda del enlabio muy atinadamente,
pues el sueño es intangible, y si alguien pretende atraparlo con las manos, se
escabulle entre los dedos como arena de la playa… es un ámbito esquivo a la
lógica, a la razón y no es extraño que tan conspicuo patán se sienta más cómodo
con esas vaporosas metáforas y prefiera hablar de sueños que de leyes… porque
los sueños no son materia mensurable ni fiscalizable, y es más fácil abducir al
paisanaje, o encabronarlo, vendiéndole humo, sueños, que no una rigurosa
política de control del gasto público. Los sueños van de la mano de la poesía y
por un verso exaltado, o un sueño no vivido, puedes hacer que un tipo anónimo agarre
una pistola y le meta un tiro en la nuca a otro.
Los sueños, sueños son, pero pueden convertirse en las
peores pesadillas si se trasladan al mundo de la vigilia. Eso les sucede a las
personas que, mientras duermen, son replicadas, sustituidas, por alienígenas
que emergen de una vaina en La invasión
de los ultracuerpos, una película espantosa que describe a las mil
maravillas, sin sospecharlo el guionista, el asfíctico ambiente dominante hoy
en Cataluña, en Catrix… donde los
disidentes son señalados por una masa de humanos zombizados, medio sonámbulos, con un aullido delator que estremece.
Película que debería guardar en su videoteca, como oro en paño, todo patán que
se precie. También el sueño abre sus puertas a otras criaturas malignas, aunque
el durmiente no viva en Elm street.
Ahí está Artur Freddy Krueger Mas,
agazapado, llamando a tu puerta en cuanto tiendes los párpados vencido por el
dulce sopor del sueño.