Necesitábamos tanto como un baile nacional, la sardana, o una tele
nacional, TV3, un sorteo de lotería nuestro, sólo nuestro y para nadie más. Y
así fue como nació La Grossa. Hubo
retransmisión en directo desde un teatro, también nacional, claro es, el TNC (aunque el escenario apropiado habría
sido el comisionista Palau de la Música).
Compareció en la gala, en calidad de premiado, el ministrín de Economía, Mas-Colell,
que cada día que pasa más nos recuerda al payaso Krusty, de Los Simpson,
junto a la cabezuda de La Grossa, con
aires de actriz de culebrones tipo Gent
del barri. Es curioso, pero un amplio segmento del paisanaje necesita
referencias visuales, tangibles, para procesar los conceptos puestos en circulación
por los ideólogos aborígenes. Diseñaron una dulce niña, Norma, que traía un bicho dentro, como la despampanante prota de Species (*), para chapuzarnos en los misterios de la normalización
lingüística, anticipo edulcorado de
la inmersión obligatoria en la
escuela pública. Lo mismo sucedió con Queta,
esa dentadura en apariencia inocua, que se paseó por la tele bailando un rap,
pero pronta a dar un mordisco vampíreo, a traición, con sus colmillos ocultos.
Ese gusto por la imaginería icónica, muñequitos por ideas, confina a los
receptores cautivos del catalanismo oficial en una suerte de guardería, de
minoría de edad mental permanente. Nada se puede concebir sin una mascota que
lo sustente, no sea que de practicar el pensamiento abstracto, forcemos las
neuronas en demasía y nos dé un infarto cerebral.
Se dirá que hablamos a toro pasado,
pero Patanes Sin Fronteras intuía que el premio gordo de La Grossa no se iba a
repartir, que se quedaría en las agujereadas arcas de Mas-Colell. Más de la
mitad. Pues de algún modo
había que recuperar la inversión colosal en publicitar el sorteo: cartelería en
los transportes públicos, anuncios en la tele, cuñas radiofónicas, un dispendio
excesivo. Además, la propaganda institucional ya dejaba entrever el resultado final:
Els diners del sorteig es queden a casa,
decía pizca más o menos. Entendiendo por casa,
cómo no, la caixa, la butxaca. Era éste de La Grossa un mensaje inaudito frente a
los mensajes habituales de los demás sorteos, que siempre apelan a la envidiable
suerte que tendrá el jugador si su boleto es premiado: podrás cumplir tus sueños, retirarte para siempre, vivir como un marajá…
nada de ese alarde incívico y egoísta. Aquí se enfatizaba que el dinero
recaudado, y no pagado si el premio no se vendía, se destinaría a obras de
interés social en Cataluña. Es decir, mejor
que no te toque, no seas insolidario: juega
para perder, pierde por patriotismo. Nueva acepción, vinculada a los juegos de
azar, del fet diferencial català.
Y se cierra el círculo… como no podía ser de otra manera, los boletos se
expedían en comercios de proximidad, esto es, en la botigueta del barri.
Muy nuestro. L’hem feta grossa, pero
no tanto, pues la cantidad finalmente recaudada apenas supone un 7% de lo
gastado por los catalanes en la Lotería Nacional, la de verdad.
(*) Natasha Henstridge. Si tienes hipo y quieres que remita en un
periquete, mira sus fotos en Google. Efecto inmediato garantizado.