
A nuestra patánica amiga Blanca

El
desarreglo del, por un lado, trovador Baronet, y por otro, tiarrón rebosante de
testosterona ante una mujer maltratada, podría obedecer a un trastorno bipolar,
pero el diagnóstico no es definitivo, pues no estamos doctorados en
psiquiatría. Quizá el espejo, un pelín empañado, donde se mira el burgomaestre
de Folgueroles, sea un Jorge Manrique o un Garcilaso de la Vega, que manejaban con igual
destreza pluma que espada… garrota,
en el caso de Baronet. Su reacción sí evidencia, no obstante, unas pautas comunes
a otros cargos electos de parecida obediencia y/o trayectoria.
Baronet, baroncito (acaso por noble cuna), y varoncito (por milhombres y matasiete, farruco
y envalentonado ante los débiles), cree que el Ayuntamiento es suyo, de su
propiedad; un anexo de su vivienda, como una terraza o un cuarto trastero, y le
dice a la trabajadora y a su acompañante de la organización feminista ADA-Mujer
al echarlas del despacho: Fuera de mi
casa. Así que el Ayuntamiento de Folgueroles es can Baronet. Un tic que afecta a muchos de nuestros representantes,
especialmente en el medio rural.
Nos
recuerda Baronet al sheriff
come-rosquillas de esas pequeñas comunidades americanas que vemos en las pelis,
tendentes al aislamiento, a una cierta endogamia social, por así decir, que
urden una mampara profiláctica para defenderse de la presencia contaminante de
esos forasteros desaseados que recalan por azar en sus dominios. Con un
sombrero stetson y un pistolón al
cinto, Baronet sería la copia nativa, clavada, de ese gran actor de reparto,
Brian Dennehy, que encarna al sheriff
de Hope, un pueblito tranquilo donde nadie estornuda sin que el poli-paleto lo
sepa. Le dice a John Rambo en Acorralado:
Nuestro pueblo no te gustará, es muy
aburrido… y un consejo, muchacho… córtate el pelo. O sea, no me toques los cojones…