
El astro
hispano-argentino, pues Messi tiene doble nacionalidad (dato que,
sistemáticamente, nos han escamoteado los medios locales de comunicación),
preguntado en rueda de prensa por el régimen lingüístico dominante en la
escuela pública, esbozó una sonrisa estúpida, protopatánica, y despachó el asunto con un “es bueno aprender idiomas”. Una obviedad como ésa fue interpretada
por los reporteros de la prensa subvencionada como firme respaldo del jugador a
la inmersión obligatoria. Quizá Messi no sepa de qué va la película, pero
olvidó, la memoria es frágil, quebradiza, que a causa precisamente de la
inmersión obligatoria, su hermanita pequeña lloraba desconsoladamente en el
patio del cole porque no entendía
nada. Por esa razón la regresaron a Argentina con parte de su familia, según confesó
el jugador en una entrevista difundida hace unos años por la revista que
publica Aerolíneas Argentinas.
El trauma
de la separación familiar ha sido superado. Messi encajó ese duro golpe con
deportividad, como las patadas que le dan en el terreno de juego. Pero ha ido
más allá de lo exigible en su estrategia camaleónica de confusión con el
paisaje. Era inevitable, tantos años militando en el llamado Club de los Valores… ese club que
proclama la separación de política y deporte, pero que los mezcla como ninguno
otro al servicio de la llamada liberación
nacional, que promueve el espionaje de sus propios jugadores, cuando no de
sus directivos, que recibe el capote de un cardenal arzobispo para criticar
desde el púlpito la carestía de los fichajes de otros clubes, pero calla sobre
la carestía de los propios. El largo aprendizaje le ha servido a Messi para
ejecutar su mejor dribbling: el multimillonario
fraude fiscal para distraer parte de sus ingresos a la expoliadora Hacienda
española. Messi, siguiendo la estela de la
dinastía Pujol, se ha revelado como un gran evasor, un delincuente de
guante blanco. Dicen que la infracción es cosa de sus asesores pues su mollera
no da para tanto, vaya, que no es un Bárcenas.
Messi
cuenta a su favor con la disculpa y comprensión de los aficionados, pues aunque
los clubes blasonan del factor ejemplarizante del deporte como valor a
transmitir a los más jóvenes, véase Qatar
Fundation, tener en el vestuario a un defraudador fiscal es más llevadero
que no a un violador, por ejemplo. Messi, metido a vocero de la inmersión
obligatoria, sea cosa suya, o de sus asesores, le hace hueco en el vestuario a
un nuevo compañero de fatigas y aspirante a patán: el brasileño Neymar que
viene pisando fuerte y trae la impedimenta al copo de gansadas: “Me encuentro más cómodo hablando en catalán
que en castellano”. Criatura.
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