
Trapero
dice que, llegado el caso… (por caso
se entiende una hipotética proclamación unilateral de independencia)… los mossos
d’ Esquadra, con él al mando, se pondrían del lado de la Generalidad,
no de la ley, sino de Artur Mas (Arturo
como beneficiario de las cuentas bancarias de su difunto padre en
Liechstenstein).
Con esas
palabras Trapero despeja todas las incógnitas: no es un policía al servicio de
la ciudadanía, de la sociedad, sino un poli
de partido, un elemento uniformado de una agencia privada, esto es, un esbirro
o mercenario al servicio del particular que le ha contratado, pero con la
salvedad de que cobra su sueldo por cuenta del contribuyente. Digamos que la Constitución española
que juró cumplir y hacer cumplir en su toma de posesión como funcionario se la
pasará, si fuera menester, por el forro de sus caprichos. Lo dice claro y no
engaña a nadie: no está aquí para proteger nuestras vidas y haciendas en el
marco de la legalidad vigente, sino para obedecer la voz de su amo y sumarse a
la asonada rupturista, si ésta llega.
El jefe Wiggum, jefe de la poli local de
Springfield, ese personaje no demasiado lúcido de Los Simpson, cuando se salta la ley a la torera lo hace con una
patanería innata que no desmerece la de Trapero, pero con gracia. La gracia de
su casi imbecilidad clínica. Y nos divierte a todos. Trapero, no. Porque
Trapero es real. Tiene, con su pistola al cinto y su radiocomando para dar
órdenes, más peligro que un babuino del zoo con una Gillette en la mano.
Pero el
patán de Trapero aún está a tiempo de rectificar. Si no lo hace en breve, PSF
le emplazará a que entregue placa y pistola. No puede continuar como Jefe de
Policía un individuo que proclama a voz en grito que no está aquí para defender
los derechos y libertades de los ciudadanos, si no, llegado al caso, para
violentarlos.